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El ovni que vió el profeta Ezequiel

  
El  profeta Ezequiel (Iejezkel, Dios es fuerte en hebreo) pertenecía a la aristocracia sacerdotal judía que fue deportada a Babilonia, en el actual Iraq,  por el emperador asirio Nabucodonosor en 598 antes de Cristo. En la deportación vivía en la ciudad asiria de Tel Abib, junto a uno de los canales o afluentes del Éufrates.  Uno de los pasajes poéticos más inspirados de la Biblia es justamente el que menciona aquellos canales.

MEN IN BLACK    .-     Junto a los canales de Babilonia
nos sentábamos a llorar nostalgias de Sión;
en los sauces de las orillas
colgábamos nuestras cítaras.
Allí los que nos deportaron
nos pedían canciones;  
alegría los que nos llevaron atados. 
«Cantadnos un cantar de Sión».
¡Cómo cantar un cántico del Señor
en tierra extranjera!
Si me olvido de ti, Jerusalén,
se me olvide mi mano derecha;
que se me pegue la lengua al paladar
si no me acuerdo de ti,
si no pongo a Jerusalén
en la cumbre de mis alegrías.
(Salmo 136 , 1-6)
Fue profeta de Jahvé durante 22 años en aquel destierro en que se perdieron  10 de las 12 tribus de Israel e hizo que los judíos incluso olvidaran su  idioma y su escritura, que fue preciso rehacer cuando  gracias a Ciro el Grande pudieron volver a la patria, unas siete décadas después de la deportación, para reconstruir el templo de Jerusalén, que había sido destruido.
El libro de Ezequiel abunda en visiones, muchas apocalípticas  y otras con un sentido teológico desbordado, que no permiten tomarlas al pie de la letra.  Ha sido considerado poco claro  y escrito en un estilo lavado, carente de fuerza.  En el exilio, en condiciones terribles, se pronunció en él la tendencia nacionalista, exclusivista, de un Dios judío solo para los judíos. Se ha visto allí el origen del judaísmo como un ámbito cerrado para un grupo de elegidos, como una religión nacional que excluye tanto como incluye.
Sin embargo, esta tendencia parece disculpable si se tiene en cuenta que el pueblo judío, con su país ocupado, Jerusalén destruida, el templo profanado, rodeado de una civilización mucho más culta y evolucionada que la suya propia, estaba en riesgo de perder toda conciencia nacional, y eso es lo que Ezequiel quiso evitar. En ese contexto se explica también la terrible visión que contiene su profecía, en que tantas veces se ha pretendido ver la presencia de extraterrestres.
La “visión de la gloria de dios” que abre el libro es ésta: “yo miré, y vi un viento huracanado que venía del norte, y una gran nube con un fuego fulgurante y un resplandor en torno de ella; y de adentro, de en medio del fuego, salía una claridad como de bronce fundido.
En medio del fuego, vi la figura de cuatro seres vivientes, que por su aspecto parecían hombres, cada uno con cuatro aspectos, cada uno con cuatro alas.
Sus piernas eran rectas; sus pies, como pezuñas de ternero, y resplandecían con el fulgor del bronce bruñido.
Entre los seres vivientes había un fuego como de brasas incandescentes, como de antorchas, que se agitaba en medio de ellos; el fuego resplandecía, y de él salían rayos.
Yo miré a los seres vivientes, y vi que en el suelo, al lado de cada uno de ellos, había una rueda.
El aspecto de las ruedas era brillante como el topacio y las cuatro tenían la misma forma. En cuanto a su estructura, era como si una rueda estuviera metida dentro de otra.
Cuando avanzaban, podían ir en las cuatro direcciones, y no se volvían al avanzar.
Las cuatro ruedas tenían llantas, y yo vi que las llantas estaban llenas de ojos, en todo su alrededor.
Cuando los seres vivientes avanzaban, también avanzaban las ruedas al lado de ellos, y cuando los seres vivientes se elevaban por encima del suelo, también se elevaban las ruedas.
Yo oí el ruido de sus alas cuando ellos avanzaban: era como el ruido de aguas torrenciales, como la voz del Todopoderoso, como el estruendo de una multitud o de un ejército acampado. Al detenerse, replegaban sus alas.
Y se produjo un estruendo sobre la plataforma que estaba sobre sus cabezas.
Encima de la plataforma que estaba sobre sus cabezas, había algo así como una piedra de zafiro, con figura de trono; y encima de esa especie de trono, en lo más alto, una figura con aspecto de hombre”.
Seis siglos antes de Jesucristo, Ezequiel transmite una visión de la divinidad que los modernos  pueden fácilmente reconocer como un aparato tecnológico metálico, que gracias al cine, a la ciencia ficción y a los aparatos volantes actuales, se han hecho familiares como objetos voladores no identificados, ovnis, que hoy nadie piensa que sean portadores de la gloria de dios.
No hay dudas de que Ezequiel quiso describir la presencia viva de Yahvé entre su pueblo. Dice que cuando “se abrieron los cielos” él estaba junto al río Cobar en medio de los cautivos, que al parecer no vieron nada. Quiso transmitir su visión a los deportados que esperaban una señal de dios y le reprochaban haberlos hecho a ellos responsables por los pecados de sus antepasados.
Sin embargo, sigue en pie saber qué vio: no era una creación humana, no era un fenómeno meteorológico ni astronómico. Si tampoco era un símbolo de Yahvé en la medida en que pueda hacerse visible, era un ovni. Así lo entendió hace poco el jefe de proyectos de la Nasa, el ingeniero  Josef Blumrich. Tras analizar al detalle el relato bíblico,  aceptó que Ezequiel  describió  una nave voladora.  Punto por punto reconstruyó su aspecto hasta que pudo patentar  algunos detalles,  como la rueda, que llamó  rueda omnidireccional.
Ezequiel transmite lo que vio de forma literariamente eficaz: es una nave que gira sobre sí misma emitiendo intenso resplandor  y parece hecha de un material resplandeciente. Hay que admitir que por entonces, cuando se viajaba a lomo de burro, ningún artefacto construido por el hombre se movía por sí mismo sin concurso humano o animal.
Quizá por eso considera seres vivos a los que hoy podemos identificar como el tren de aterrizaje de una máquina posándose y les atribuya características humanas, como hacemos nosotros con figuras que aparecen en el suelo de Marte, hasta que fotos con más resolución nos sacan del error.
Cuando dice que los pies del aparato eran rectos, nosotros entendemos que se trata de patas telescópicas, que se despliegan como un tubo dentro de otro, al modo de la cápsula Apolo cuando se posó en la Luna. Describe la panza de la nave como brasas encendidas como antorchas, lo que podemos traducir a la sensación de movimiento que dan las toberas de un motor frenado.
Luego describe la caja de la nave,  un gran cuerpo semiesférico asentado en las alas extendidas y posado en cuatro patas sobre el suelo.
Cuando se podría esperar que tras esta descripción de un presunto artefacto de elevada tecnología por alguien totalmente ajeno  a ella, Ezequiel transmitiera un mensaje de Yahvé, solo dice que oyó “la voz de uno que  habla”.
Pero entonces Ezequiel pone en el relato lo que en verdad le interesa: el sentido de aquella voz, su mensaje, la palabra de Dios al  pueblo de Israel, siempre desviado, siempre infiel, siempre digno de castigo por su conducta frente a un dios celoso.
Y atribuye a la voz estas palabras: “oh hijo de hombre, ponte en pie, y hablaré contigo”.
“Oh hijo de hombre, yo te envío a los hijos de Israel, a una nación de rebeldes que se ha rebelado contra mí. Tanto ellos como sus padres se han rebelado contra mí hasta este mismo día.  Yo te envío a esta gente de rostro endurecido y de corazón empedernido. Y les dirás: ’Así ha dicho el Señor Jehova’.  Ya sea que ellos escuchen o que dejen de escuchar (porque son una casa rebelde), sabrán que ha habido un profeta entre ellos.  Pero tú, oh hijo de hombre, no temas; no temas de ellos ni de sus palabras. Aunque te halles entre zarzas y espinos, y habites entre escorpiones, no temas de sus palabras ni te atemorices ante ellos; porque son una casa rebelde.  Tú, pues, les hablarás mis palabras, ya sea que escuchen o dejen de escuchar, porque son una casa rebelde.  Pero tú, oh hijo de hombre, escucha lo que yo te hablo. No seas rebelde como esa casa rebelde; abre tu boca y come lo que yo te doy”.
Acá Ezequiel retoma su misión de sacerdote y expone su preocupación mayor: que el pueblo olvide su dios, sus tradiciones, y se deje influir por los babilonios hasta confundirse con ellos y perder su identidad. Su reacción de sacerdote  pronosticador de una nueva aristocracia reaparece nítida al extremo que el conjunto de su libro ha  sido considerada como el inicio de la religión judía como  propia de Israel, exclusiva y nacionalista, punto de vista que si se inició en Babilonia no ha dejado de alimentarse nunca hasta ahora.
Sin embargo, él mismo no está libre de influencias caldeas, que por lo demás impregnan todo el judaísmo, empezando por el jardín de Edén  y siguiendo por Noé y el diluvio. Ezequiel asigna a los cuatro seres parecidos a hombres que vio en la nave aspectos de   león;  un toro;   hombre y águila, en correspondencia con la simbología astrológica caldea, la religión de los babilonios contra la que quería prevenir  a su pueblo cautivo. Lo mismo que los querubines, serafines y otros seres sobrenaturales con que los caldeos, que era la casta sacerdotal asiria, representan los estados superiores a humano y que los judíos incorporaron a sus creencias al regreso de Babilonia.
Se ha hecho notar que en Babilonia los judíos olvidaron hasta su idioma, que posiblemente les estuviera prohibido usar, lo mismo que su escritura, como tampoco podían practicar su  religión. Ezequiel, que fue sacerdote en esas condiciones durante 22 años, no pudo escribir sus visiones entonces, porque solo a los caldeos les estaba permitido escribir y porque los judíos eran esclavos que no tenían acceso al pergamino. Solo de regreso a Jerusalén, habrá sido posible poner por escrito la visión de Ezequiel, muy posiblemente con variaciones, quitas y agregados de toda índole.
Sin embargo en este punto, como en casi ningún otro, los eruditos no alcanzan acuerdo y arriman, fechas y cifras  a favor y en contra del mantenimiento de la tradición escrita. De todos modos, es casi seguro que los hechos del pasado pudieron ser transmitidos de  manera confiable de memoria en tiempos en que la memoria no era la función endeble que es ahora sino que era capaz de proezas increíbles, y en que había corporaciones dedicadas exclusivamente a conservar los textos. Y así, la visión extraordinaria de Ezequiel no sería algo reconstruido de manera antojadiza sino mantenido fielmente por gente que sabía bien lo que hacía.
En toda época hubo lo que hoy llamamos avistamiento de ovnis. Narraciones de hechos similares o aun más extraordinarios hay en casi todas las tradiciones, algunas muy anteriores al año 600 antes de Cristo en que se ubica la vida de Ezequiel y la aparición de su nave espacial, para él la gloria de dios.
De la Redacción de AIM

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