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‘Black Mirror’ no da muchas esperanzas

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MEN IN BLACK .- El siguiente ensayo incluye detalles narrativos de diversos episodios de “Black Mirror”, incluyendo los de la cuarta temporada que se estrenó el 29 de diciembre en Netflix.

Al principio, había una roca. Pronto la utilizaron para golpear a alguien en la cabeza. Poco tiempo después, alguien creó un cuchillo de piedra. Bronce, hierro, acero: cuchillo, cuchillo, cuchillo.

Si creas una herramienta, alguien la convertirá en arma: ese ha sido el gran tema de Black Mirror, la antología especulativa tecnológica de Charlie Brooker.

Desde que la serie comenzó en 2011, sus ansiedades han evolucionado. Black Mirror primero se preocupó por los medios, en episodios como “The National Anthem” (en el que unos secuestradores obligan al primer ministro británico a tener sexo con un cerdo en vivo en televisión) y “The Waldo Moment” (un burdo personaje de caricatura se postula a la presidencia). 

Después se enfocó en la cultura del internet, en “Nosedive” (acerca de una sociedad en la que el bienestar de las personas está vinculado a la popularidad en línea) y “Hated in the Nation” (una parábola sobre las turbas en las redes sociales).

En la cuarta temporada, Brooker ha puesto su imaginación en la digitalización de la conciencia en sí: lo que se hace con las mentes humanas que se han transformado en ceros y unos.

Como era de esperar, Brooker no es optimista. 

Mientras que algunos futuristas podrían ver el potencial para la inmortalidad o cerebros complejamente mejorados, Black Mirror ve una oportunidad para que la gente cometa su crueldad y egoísmo habitual, de maneras creativas y perpetuas.

En la tercera temporada, la conciencia digitalizada fue la premisa de uno de los mejores y más esperanzados episodios, “San Junipero”, en el que dos amantes se reúnen en un plano digital después de que sus cuerpos físicos mueren. Termina escandalosamente con “Heaven Is a Place on Earth” de Belinda Carlisle.

La cuarta temporada hace referencia a esa tecnología —“cuando suben a la nube a los ancianos”— en “Black Museum”. Sin embargo, en ese episodio se trata de un espectáculo de terror: Rolo Haynes (Douglas Hodge), el propietario de un museo de curiosidades, resulta ser el perpetrador de las ciberatrocidades.

Presenta un implante que permite que un médico sienta las percepciones de sus pacientes agonizantes, que al doctor le parece adictivo al punto de la locura. 

Más tarde, Rolo descarga la mente de una mujer comatosa como una cookie (otra referencia, esta vez al especial de 2014 “White Christmas”), y la convierte en un dispositivo que su esposo puede apagar cuando se cansa de ella. 

Al final, Rolo la aprisiona en el cuerpo de un oso de peluche electrónico que solo puede decir dos frases.

Finalmente, Rolo captura la conciencia de un prisionero condenado a muerte, y les cobra a los visitantes del museo por “electrocutar” a su holograma. 

Como recuerdo, pueden llevarse a casa una “captura de la conciencia sensible” del prisionero, “una verdadera copia consciente de su mente que experimenta perpetuamente ese hermoso dolor”.

El autor de ciencia ficción, Arthur C. Clarke acuñó el principio que establece que “cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”. 

De ese modo, los episodios de Brooker cada vez se distinguen menos de los cuentos de terror sobrenatural. Advierten que aunque el dolor de las armas físicas termine con el alivio de la muerte, darle a la gente el poder de la conciencia eterna convertiría a los sádicos ordinarios en demonios digitales.

Todos los episodios de la nueva temporada involucran la conciencia artificial o la tecnología cíborg; una y otra vez, las sondas, los implantes y las agujas interactúan con las sienes de los humanos. 

Incluso en el cuento más sencillo de la temporada, el austero drama llamado Metalhead”, aparecen robots perro artificialmente inteligentes —posiblemente relacionados con un apocalipsis que parece haber terminado con la mayor parte de la vida humana— que cazan a la gente como presas.

Se ha acusado a Black Mirror de ser reflexivamente ludita; Brooker ha bromeado que la gente debe suponer que “el Unabomber escribió la serie”. 

Sin embargo, su meta no es la tecnología per se. Más bien, la serie supone que la gente —por lo menos suficiente gente— verá cualquier dispositivo nuevo de la misma manera en que un terrorista ve un camión o un cúter, percibiendo el daño que podrían causar con esos objetos.

Así que, si la ciencia hace posible representar en código los pensamientos de las personas, sus percepciones, su esencia, alguien averiguará cómo controlarlas. 

En “Crocodile”, un criminal utiliza un dispositivo que parece una bendición del combate contra el crimen —muestra una transmisión directa de los recuerdos de las personas— para encontrar y asesinar a la familia de un investigador.

Incluso en el romance desenfadado “Hang the DJ”, aprendemos que los personajes que esperábamos que se enamoraran son simulaciones en una aplicación de citas, un código consciente que siente el fracaso amoroso una y otra vez para que una pareja en otro plano de existencia (¿el nuestro?) pueda experimentar 99,8 por ciento de amor infalible.

A veces, la serie sugiere que la gente abusará de la tecnología por amor. 

En “Arkangel”, es el amor errado de Marie (Rosemarie DeWitt) lo que hace que le coloquen un implante de vigilancia en la cabeza a su hija pequeña, Sara, y después lo utiliza para espiarla cuando se convierte en una adolescente rebelde (Brenna Harding).

La tecnología es extravagante: Marie puede rastrear a Sara, incluso ajustar la configuración para que Sara perciba las imágenes aterradoras como escenas pixeleadas. 

Sin embargo, sus atractivos son conocidos para cualquier padre que haya usado la tecnología para vigilar a un niño, para filtrar su experiencia con los medios, para mantenerlo a salvo. “Arkangel” es una suerte de especial melodramático de después de la escuela, pero se origina en el miedo que origina criar a un niño.

La tecnología que protege a Sara le quita la experiencia evolutiva de procesar sucesos desagradables, la capacidad de cometer sus propios errores y aprender de ellos. 

Como lo dice la profesora de Sara durante una conferencia: “La responsabilidad moral implica la existencia del libre albedrío”, un regalo que Marie le ha negado a su hija en crecimiento. El siguiente paso para los padres es ser padres hackers.

La historia más explícita de esclavización digital de la temporada es la más larga y la más ambiciosa: “U. S. S. Callister”, escrita por Brooker y William Bridges

También logra ser el mejor replanteamiento de Star Trek en un año que también nos dio The Orville y la precuela actual Star Trek: Discovery.

Comienza con un ingenioso gancho narrativo. 

El inicio, una parodia exagerada de la Star Trek original, resulta ser una simulación de realidad virtual, creada por Robert Daly (Jesse Plemons), un mago del código computacional socialmente inepto que es un marginado en la empresa que fundó.

La premisa que sugiere la ambientación, una historia fantástica de Walter Mitty acerca de un perdedor simpático, también es falso. Daly ha creado un universo de realidad virtual poblado por versiones conscientes y accesorias del personal de su empresa —destinadas a obedecer sus caprichos por siempre— a quienes aterroriza y tortura, hombres y mujeres por igual, con sus poderes divinos.

Cuando una nueva empleada, Nanette (Cristin Milioti), lo evita después de escuchar rumores de que siempre la observa, él la añade como un nuevo personaje, vestida con una minifalda sesentera. 

Su versión digital externaliza la sexualidad paralizada de Daly; su personaje fanfarrón de capitán obliga a que las integrantes de su tripulación lo besen, pero ni ellas ni los hombres tienen genitales. Son las figuras de acción asexuadas de un púbero omnipotente y desmedido.

“U. S. S. Callister” brinda un vistazo a la manera en que Daly se ve, como el tipo decente que no tiene suerte con las chicas antes que verse como un extraño monstruo depredador. 

Esta historia de acoso virtual en el lugar de trabajo es perturbadoramente oportuna, pero también captura una fealdad que se ha filtrado en la cultura digital durante un tiempo.

Daly personifica un personaje conocido: el guerrero sexista de los videojuegos, el trol de las redes sociales que defiende los derechos de los hombres.

 Su personaje hace referencia al corazón coagulado de la misoginia moderna: la mentalidad de mujeriego que convierte el sexo en un juego, el reclamo de que los “tipos buenos” tienen derecho a la atención de las mujeres, el anhelo que los hombres que no saben socializar tienen de interactuar con peones programables en vez de hacerlo con personas complejas.

La tecnología en “U. S. S. Callister” es ficticia, pero estas actitudes son muy reales en nuestros espacios virtuales. 

Los sexistas en línea utilizan la metáfora de la “píldora roja”, prestada de The Matrix, para argumentar que los hombres han estado aprisionados en una realidad falsa creada por las reglas sociales y deben despertar en otra realidad auténtica, en la que pueden reclamar el dominio de las mujeres.

“U. S. S. Callister” invierte esta idea al hacer que el personaje del engreído experto en tecnología canalice su resentimiento al crear su propia “matrix” personal (Brooker ya antes ha insinuado la unión de la tecnología y la misoginia; “White Christmas” y “Black Museum” involucran a un hombre que emplea un poder absoluto por encima de una mujer en forma de “cookie”).

“U. S. S. Callister” termina con la derrota de Daly, cuando la versión digital de Nanette le aplica un truco estilo Inception al chantajear al Daly de carne y hueso para que la ayude. Sin embargo, eso no hace que el episodio sea menos perturbador. 

Daly pudo haber perdido, y su tecnología podría ser una ficción, pero los hombres detestables como él son muy reales, al igual que su impulso de utilizar las herramientas más recientes para convertir el mundo en un infierno.

source:nytimes.com

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