MEN IN BLACK.- Me sucedió en la ciudad de Reynosa, Tamaulipas, y cualquier semejanza con alguna otra historia en lugares diferentes podría ser una mera coincidencia. 

Los hechos, claro, son verídicos y dan cuenta de que "algo diabólico" vuela en toda la ciudad.

Tan extrañas cosas me sucedieron en una noche cálida donde ni el viento se aparecía por el lugar. 

Recuerdo que una buena amiga mía me había pedido que la acompañara y cuidara en una clínica de Reynosa; se había realizado una cirugía estética en su rostro y tenía mucho miedo de que le pasara algo mientras estuviera sedada esa noche.

"Por favor, no me dejes sola," me suplicó por teléfono, "el doctor dice que el sedante es muy fuerte. Necesito que estés ahí."
Un día antes, el doctor le había advertido que le iban a aplicar un sedante muy fuerte, por lo que iba a necesitar la compañía de un familiar. 

Al parecer, ese familiar era yo. Así que, gustosa, acudí a cuidarla.
Cuando llegué al lugar, ya era medianoche. A pesar de las balaceras en la ciudad, no me dio tanto miedo manejar hasta la zona donde estaba la clínica, ya que esta se ubica muy cerca del Puente Internacional a Hidalgo, Texas. 

Eso sí, al llegar me extrañé de que no hubiera muchos pacientes, pero fuera de eso, todo parecía normal. En la clínica solo estaban el guardia, la recepcionista y, claro, mi amiga esperándome súper sedada en el cuarto 999. 

Curiosamente, en la misma habitación había una de esas cortinas de hospital que dan privacidad a los pacientes. Suponía que había otro paciente porque escuchaba claramente las respiraciones de ambos.

Entré al cuarto, iluminado sutilmente, y oía algo así como "huuu... ZZZZ... ahhhh... zzzzz", como la respiración de Darth Vader en la película Star Wars. Sonreí por mis comparaciones mientras me acomodaba en un sillón grande que estaba en el cuarto. 

Sin embargo, sentí en mi interior "algo", algo muy raro que me dio cierto nervio, lo sé, pero luego se me olvidó.

Como me aburría ahí sola entre las penumbras, opté por salirme del cuarto y decidí ir al lobby; según yo, para charlar con la recepcionista.

 Desde ahí se podía ver el interior del cuarto; a lo lejos estaban mi amiga y el otro paciente, o mejor dicho, las cortinas que rodeaban la cama del acompañante de mi amiga.

"¿Cómo va todo por aquí?" le pregunté a la recepcionista, una mujer joven de rostro cansado.

"Tranquilo, como siempre," respondió sin mucho interés. "¿Está todo bien con tu amiga?"

"Sí, está profundamente dormida. Pero no puedo dejar de sentirme inquieta," confesé, mirando de reojo hacia el cuarto.
Todo parecía estar bien porque se podía escuchar un lento respirar. 

Ya no le di importancia al "vigilar" celosamente a mi amiga que dormía plácidamente, así que mejor traté de encender un cigarrillo. 

Entonces, el guardia me sacó de mis pensamientos, señalándome un letrero que decía de forma irónica: "Cuide su salud, no fume en este lugar".

Apenas iba a protestar para poder fumar cuando, de pronto, escuchamos afuera del lobby un fuerte viento. 

Vimos cómo la puerta de entrada empezaba a azotarse como si alguien la jalara desde el exterior. El guardia, desconcertado, rápidamente tomó cartas en el asunto y cerró las puertas con fuerza.

No pasaron ni cinco minutos cuando nuevamente sentimos que afuera se desataba una ventisca, y otra vez las puertas volvieron a azotarse, solo que esta vez mucho más fuerte. 

Nos sentimos extrañados, y la recepcionista se asustó tanto que me dio risa verla rezar, murmurando oraciones como si algo malo nos estuviera pasando.

"Esto no es normal," dijo el guardia, su voz temblaba ligeramente. "Voy a asegurar las puertas con candados."
El guardia decidió ponerle candados a las puertas, cerrándolos cuidadosamente y revisando que no hubiera más problemas. 

Por increíble que parezca, segundos después, las puertas se volvieron a azotar, y con la boca abierta vimos cómo los candados se abrían de par en par inexplicablemente. 

No podía creer que los candados se abrieran solos mientras caía la cadena que los sujetaba. Era de no creerse.

Inmediatamente después, sentí cómo un viento muy frío entraba a la clínica. No podía explicar lo que nos estaba pasando, sin saber que solo era el principio de una medianoche diabólica. 

Por instinto, voltee al cuarto donde estaba mi amiga y vi cómo las cortinas que dividían a ambos pacientes se abrían de golpe, como si alguien desde adentro las abriera, pero no había nadie. 

Me preguntaba quién estaba abriendo esas cortinas si no se veía a nadie.

"¡¿Qué está pasando?!" grité, el pánico empezaba a apoderarse de mí.

 Contra toda lógica, "el paciente aquel" que acompañaba a mi amiga se enderezó súbitamente de su cama y empezó a hablar con extrañas palabras. Ya en esos instantes, todo era como una escena de terror.

"Non potest esse verum... Daemones... Daemones..." susurraba el paciente en un tono monótono y perturbador.

Lo mismo pasó increíblemente con mi amiga, quien también se enderezó como un rayo de su cama. 

A pesar del fuerte sedante que tenía, la vi hablar con los ojos cerrados en un idioma muy raro, parecía italiano o latín, como cuando los sacerdotes ofician la misa.

"Dominus vobiscum..." murmuraba ella, su voz impregnada de un eco sobrenatural.
En ese momento, la recepcionista salió corriendo despavorida del lobby, gritando auxilios y completamente histérica, mientras el guardia sacaba su arma como si alguien estuviera con nosotros. 

Definitivamente no había nadie más en la clínica, solo la bizarra escena de mi amiga y aquel extraño paciente sentados en sus respectivas camas hablando en idiomas diferentes. Simplemente no lo podíamos creer.

"Esto no puede estar pasando," susurré, sin aliento. "Esto es una pesadilla."

De pronto, los dos pacientes callaron y mi amiga volvió a acostarse profundamente dormida. El otro paciente hizo lo mismo mientras veía cómo las cortinas que lo rodeaban se cerraban violentamente, como si alguien desde adentro las jalara. 

El guardia y yo nos miramos asustados y salimos a buscar a la recepcionista, que encontramos en la banqueta llorando de miedo.

"¡No podemos quedarnos aquí!" sollozaba ella, su rostro pálido y desfigurado por el terror.

La abrazamos y juntos regresamos a la clínica, verdaderamente la clínica del diablo. 

Hoy puedo contarles que sigo sin creer en fantasmas o demonios, pero lo que vivimos en esa clínica no puedo explicarlo. Sencillamente, no sé lo que pasamos ahí.

Después de contarle esta experiencia a mi amiga, le he preguntado si recuerda algo de aquella medianoche, pero solo asegura que no, que no recuerda nada. 

Hoy pienso que me hubiera gustado saber quién era aquel paciente en el mismo cuarto. Tal vez podría encontrar una explicación lógica a los sucesos que vivimos. 

Pero, ¿cómo se puede interpretar que los candados se abrieran solos, que el viento soplara helado y que dos personas se levantaran de su cama hablando en idiomas diferentes?

Al paso del tiempo, he recordado que esa medianoche también se escuchaba una música lejana, como el silbido de una persona. 

¿Ustedes qué piensan sobre esto que pasó en la clínica? Ayúdenme, tal vez estuve en la clínica del diablo y nunca lo supe.