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La LLave Siniestra

 


MEN IN BLACK.- 
Eran las 3:30 de la mañana cuando me encontré en un sueño inquietante, frente a una puerta de aspecto antiguo. 

Me detuve de golpe al notar una llave insertada en la manija. Esta no era una llave común; estaba adornada con largos picos de un verde fosforescente, como espinas afiladas que se mecían ligeramente, casi danzando al ritmo de un viento invisible. 

Sentí un escalofrío recorrer mi espalda; algo en esa escena me parecía profundamente siniestro, como si la llave fuera un portal a un mal desconocido.

Una sensación de peligro inminente me invadió, y sin pensarlo dos veces, comencé a recitar en voz alta: "¡Vade retro, Satanás! ¡Vade retro, Satanás!" 

Mi voz resonaba con un tono urgente, casi desesperado, intentando conjurar cualquier maldad que pudiera estar acechando. 

Sin embargo, no era suficiente. 

Una voz, suave pero autoritaria, se filtró en mis pensamientos, diciéndome: "Repítelo hasta que se vaya, y di: 'La Sangre de Cristo te reprenda.'"

Con un renovado sentido de urgencia, repetí estas palabras con toda la fuerza que pude reunir. Mi voz resonaba en el aire como un eco interminable.

 Entonces, algo extraordinario comenzó a suceder. 

Las púas verdes, que hasta entonces parecían tan reales, empezaron a desvanecerse, como si se disolvieran en el aire.

 La llave se transformó ante mis ojos, revelando una visión deslumbrante: tres figuras etéreas, rodeadas de un aura luminosa de colores vibrantes, emergieron de la nada. 

Vestían túnicas antiguas, como monjes o sabios de tiempos remotos, y sus rostros mostraban una expresión de serena sabiduría y compasión. 


Me miraban con ojos brillantes, transmitiéndome una paz tan profunda que el miedo que había sentido se desvaneció por completo, siendo reemplazado por una felicidad pura e indescriptible.

De repente, desperté, como si hubiera sido arrojado de vuelta a la realidad. 

Una sensación de inquietud permanecía en mi pecho, y una vaga impresión de una presencia cercana me envolvió. 

El miedo volvió a aparecer, así que me cubrí el rostro con la manta, tratando de ahuyentar la sensación de que algo o alguien estaba allí, observándome. 

Sin embargo, en el borde del sueño y la vigilia, sentí que esa presencia se desvanecía lentamente, dejando una calma silenciosa en su lugar.

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